En el instituto, algunas clases además de jugar,se dedicaban a aprender canciones, normas de urbanidad: cómo utilizar el cuchillo y el tenedor,cómo toser sin molestar al prójimo, cómo comportarse correctamente con nuestros mayores o con los amigos.
Una visita singular, única, brillante, al territorio de los paisanos de la familia (Güevejar) con la lenta, lentísima evolución de las gentes que parecen piedras. Los paisajes cautivan, pero también las emociones que las acompañan, los nombres de los riscos, de los desfiladeros, de los llanos y los saltos de agua.
El silencio de Plaza Nueva cuando oigo el canto de los pájaros es algo más que sobrecogedor y es que, las plazas públicas de Granada tienen para mí un significado muy especial. Es en algunas de ellas, donde he hecho buena amistad con algunos personajes singulares.
Pasados unos años, la suerte me sentó en un pupitre de la universidad granadina, junto a grandes y eminentes compañeros, que después ocuparon puestos relevantes en organismos nacionales e internacionales.
Entre las reflexiones que suscita mi paso por las milicias en Montejaque, una de las más acertadas es la que subraya el valor y la belleza de sus parajes naturales, que rodeaban al campamento y enmarcaban como un fondo inalterable. Es verdad, más que mi afinidad por lo militar, aquel lugar tenía en sus paisajes la mayor de sus riquezas, las señales imborrables que le hacían ser lo que era y permanecer más allá de los cambios de escenario que van provocando los diferentes momentos de su historia.