Hacer una réplica a las palabras de Carlos, me despoja del equipaje para el viaje JUBILOSO que ya comienzo. En especial cuando ese viaje es hacia el final de mi vida, junto a ese sentimiento que deseo no perder nunca del todo, que es mi amor a la ECOLOGÍA.

Es el íntimo sortilegio que voy a practicar desde este momento tan especial y que deseo transmitir con emoción a través de estas palabras sencillas y justas: hacerme pequeño y limpiar la mirada, para viajar a los escenarios físicos y mentales de mis vivencias como PROFESOR, en una yerma tarea de enseñar Ciencias de la Naturaleza (mi NATURALEZA, que lentamente se me muere, ahora un erial para mis ojos perdidos, y antes, un vergel lleno de maravillas).

Lo hago con el mismo interés con el que cruzaba de niño, aquella vega granadina, convertida en mi particular juego zoológico, donde los escarabajos eran mis fieles amigos.

Por mi condición de naturalista convencido, he hecho bastantes viajes a pie a zonas rurales. Y los he hecho con auténtico placer. Porque los estímulos son evidentemente extraordinarios. La impresión ante un paisaje puede ser profunda, la sorpresa de descubrir un valle arbolado, o desértico, o brumoso, una vez superado un modesto puerto de montaña, es inesperada, estimulante. Los estímulos son espaciados en contacto con la NATURALEZA. En la ciudad, sin embargo, los estímulos son más seguidos y se multiplican. Al menos para mí.

En este último viaje, deseo recorrer avenidas arboladas que constituyan un universo único lleno de oxígeno y … como no, AGUA, mucha AGUA.

A la vuelta de la otra vida, si vuelvo, me sentiré llamado a ir al Instituto “Padre Manjón”, mi gran orgullo docente, donde sobre un entarimado, frente a todos los alumnos y alumnas que pasaron por mis clases, les recordaré que fueron mi esencia, mi razón de existir.

Y ha sido en este contexto de satisfacciones, alegrías y proyectos compartidos hechos realidad, mezclados con determinados aconteceres, sucedidos y anécdotas, que quedaron prendidos fijamente en la escondida recámara de mi memoria. Unos, para gozarlos con el agradable recuerdo de los mejores años y con las ocurrencias, lances y aventuras de personajes singulares, curiosos, no pocas veces zafios y atrevidos, pero irrepetibles siempre; otros, para dolerme, en la sosegada intimidad de mi mente, de unas etapas cuajadas de adversidades para, finalmente, agradecer el haber logrado superarlas, a base de tenacidad, trabajo e ilusión esperanzada.

Y son retazos elementales y cercanos, transidos de olores, requiebros y mensajes empapados de humedades y sequías, heladas y bochornos estivales; noches de vigilia, diversión y sueños interrumpidos. De vida, en definitiva, pero de vida que discurrió entre la intemperie de gélidos inviernos, los bochornos del estío y el calor agradecido del fuego hogareño preparando mis clases y en las largas noches corrigiendo exámenes.

Yo, deseoso de percibir los ecos y las vivencias de mis alumnos y alumnas, su voz, con su trajín, sus afanes y su cruz a cuestas, sus alegrías y esperanzas tantas veces frustradas, deberé verles, con detenimiento, a cada uno de ellos y ellas, desde el recuerdo inolvidable de una excursión, hasta los sugestivos e intrigantes pasajes con apasionada nostalgia y no velada curiosidad.

Así, pues, he aprovechado la ocasión que se me brinda, para expresar, escuetamente, todas aquellas sensaciones que me han acompañado a lo largo de mi periplo docente, y que conforman mi carrera como profesor de instituto.

Tenía necesidad de sentirme aún más pequeño, que entre veinte millones de honores.

Gracias a todos y todas. Hasta pronto queridos compañeros. Os mantendré siempre vivos en mis recuerdos.

Granada a 26 de junio de 2008

El recién jubilado, JOSÉ ANTONIO ÁLVAREZ CALVO