Premio literario de EMASAGRA: 27-4-2008

YO, EL DAURO

 

José Antonio Álvarez Calvo

Catedrático de Biología del Instituto "Padre Manjón" de Granada

 

Perdonad mi impertinencia, pero necesito, de verdad que lo necesito, poder expresar todo lo que siento y he tenido callado desde hace tanto tiempo. Perdonarme, por favor, pero era una necesidad vital e imperiosa.

 

Nací allá en lo más remoto de los  siglos prehistóricos, cuando el cielo casi no era cielo y la Tierra dormía entre el ocaso de las nubes perdidas. La madre Naturaleza me parió súbitamente en su lecho por los montes de Huétor Santillán y fui creciendo lentamente, rodeado de mis inseparables árboles, a los que ofrecía y aún ofrezco, mi ser con frescura y primor.

 

Ya bien entrada mi niñez, los recién llegados romanos, me dieron el nombre de “Dauro” porque de mis entrañas emanaba el oro que tanto apreciaban. Más adelante, los árabes supieron sacar verdaderamente todo el valor que yo tenía. Y así, fueron ordenando cautelosamente mi discurrir por lo que en la actualidad llamáis Valparaíso, Paseo de los Tristes, Carrera, Reyes Católicos, Puerta Real y Acera, hasta que mi hermano mayor, el río Genil, me recoge con sumo cuidado para, así, caminar sin vacilación kilómetros y más kilómetros donde nos espera nuestro padre Guadalquivir para que los tres juntos, desemboquemos en el abuelo Atlántico.

 

Ahora quiero mostraros algunas de mis múltiples sensaciones vividas a lo largo y dilatada historia. Cuesta trabajo escoger las más significativas, pero lo intentaré, ya que algunas marcaron poderosamente mi perfil fluvial.

 

Recuerdo que cuando los cambios de la Naturaleza eran lentos, los árboles iban sacando hojas muy despacio, y cuando llegaba el otoño, no las dejaban caer de pronto, Y en el remanso de mis orillas, aquellos animales inquietos, insatisfechos, que tenían que cambiar a cada momento de posición.

 

Malos tiempos se avecinan para la fauna que cosquillea por toda mi estructura acuosa, para los cantos abiertos de los pájaros en las amanecidas, para la elaboración poética de la música callada de las arboledas. Yo miro sin pudor cuando aludo al eterno retorno, a la vuelta de la tradición, a lo auténtico. Y en esa búsqueda del tiempo perdido, me entretengo con mi angustia volviendo al lugar donde nací.

 

En estos meses de verano intenso, no llueve y los habitantes del mundo acuático se preguntan por la contradicción de un mar que va aumentando de volumen,  que amenaza con anegar las costas y de nosotros, los ríos, que vamos dejando mostrar los campos baldíos. Todos somos sequía, pero todos somos al mismo tiempo habitantes de un lugar que ya no tiene ni la calidad ni el agua necesaria.

 

En las casas que se rehabilitan en la Carrera que lleva mi nombre, he podido observar que no se pintan de un color definido, sino con una gama de colores que no tienen nada de tonos granadinos. Pero más allá del acierto o la originalidad de decir que Granada tiene color de albero, la pintura tiene el valor de introducirse en el campo literario de las metáforas más hermosas que puedan existir.

 

En el azul que me cubre, los vencejos tocan la música de su zigzagueante vuelo al verano que debuta en el ruedo de la luz de un gozo y ante su silencio plácido, que tantas veces esconde sonidos armónicos desconocidos, que me dan un conocimiento poético del entorno por donde discurro plácidamente, con la magia de la rememoración, al mítico ámbito de la Alhambra  que me corona con sutil placidez.

En verano no me incomoda que el día se estire hasta las diez de la noche; no me agrede el exceso de luminosidad. Prefiero el recogimiento veraniego a la penumbra invernal. No quiero ni puedo aparcar el calor que define la estación estival.

 

En el mundo rural, un río puede ser un punto de cita. "Nos encontraremos en el pino torcido que hay cerca del nacimiento del río". Y la joven pareja se encuentra allí. Un río es un punto de referencia, especialmente en un territorio de secano; tmbién lo es la fuente de la plaza. Pero una pareja que quiera verse lejos de todos los demás ojos escogerá un río en las afueras, o cerca del viejo lavadero donde las mujeres ya no acuden y es un discreto lugar de encuentro lleno de armonía, sensualidad y pasión. Porque el amor siempre estará presente allí donde haya dos seres que se deseen.

Fue el tipo aquel que tuvo conciencia de si mismo y con ella la del otro, cuando en ese instante y no en otro, que comprendí que lo otro, existía aunque no lo viera, igual que en la imagen representada en la quieta superficie del agua que componía una charca en mi lecho dormido. Así vi la representación y aquel tipo, que veía reflejarse en mi superficie cristalina, se parecía a él, pero cuando con su dedo tocaba la superficie, la imagen desaparecía mientras él permanecía, hasta que mis aguas volvían a aquietarse. Ese es el antídoto contra la rutina, el cansancio y el hastío, esperando, desde hace tiempo, que las nubes de la lluvia deseada empapen de agua sus sentidos.

Por eso, pregono al viento del norte que aún estoy aquí, rodeado de pinos y silencio, al borde de las cuevas del Sacromonte, donde sólo murmuran las abejas que no admiten confinamientos y que, cuanto más se les encierra, más se rebelan, igual que los poemas que han nacido para el campo abierto, para la Naturaleza vasta, para el hombre sin límites. Han nacido para la belleza y penetran en el remanso de las aguas esparcidas.

Pobres de vosotros los humanos, llevados de aquí para allá y boqueando por aquello que es evidente: la pureza del agua, que contamináis continuamente.


JOSÉ ANTONIO

ÁLVAREZ CALVO

Granada (España)

soyyoengranada@hotmail.com

Traductor internacional

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Las historias que se cuentan son muy variopintas y han pasado a mis días de jubilación, como testimonios hermosos del presente que estoy viviendo.