VI CONCURSO DE RELATOS Y CUENTOS DE INVIERNO: Granada ‏28-11-2007

Hace tiempo que se me quitaron las ganas de presentar escritos a concursos de relatos y cuentos, Todo está preparado para sus amigos, me he dicho siempre, Ya sé lo que voy a encontrarme. Nada nuevo. La idea, ya supersticiosa y grosera, es un estorbo para recuperar un poco el humor que desde hace tiempo tengo olvidado, que no digo que lo sea todo, pero puede servir de brújula para salir del invierno crudo, que me empieza a caer con esta forma de actuar y sentir que padezco ahora.

 

¿No piensa nadie que este pudiera ser el estado de espíritu de una decadencia tan grande, como la incapacidad para escribir someramente unas sesenta líneas? Esa puede ser la razón tajante de lo que digo con tanta ironía. Esa y no otra.

 

No soy un escritor de altura, con los pelos tiesos, pero afirmo sentirme no poco acomplejado por una vida sin bordes precisos, entre sentimientos que naufragan por el mar inmenso de la prosa que emana de mi corazón frío, como el mismo hielo que se avecina por las cumbres. Digo al respecto, en primer lugar, que el invierno no alberga ni un asomo de discusión sobre el amor encendido, ardiente, como brasa marchita de la chimenea expectante de mi casa.

 

Uno habita en una ciudad (con invierno o sin él) donde la memoria que se aleja es un poco el referente gélido al que inevitablemente aludo. Y es que, todas las mañanas, camino de mi trabajo, tropiezo con una camioneta que se detiene para descargar los productos reclamados con urgencia por el comercio, que los vecinos hemos agotado. Sistemáticamente baja un hombre muy gordo, el típico enfermo hormonal, y previamente envuelto por un atronador concierto de bocinazos, pitidos, gritos e improperios. Una mañana cualquiera, de este primerizo invierno, me chocó mucho una señora a quien oí chillar desde lo más profundo de su dormitorio: <<¡Vete al gimnasio, gordo asqueroso!>>. Una reacción sensata, tras el escultórico cortejo tremendamente ruidoso de la escena anterior. Y es que los trabajadores, dormidos en sus imprecisos caudales, han acabado por perder la compostura. A la vista de la expresión que mostraba la señora, es posible, que para su próxima descarga, el gordo seguro que se pone tanga y alas de mariposa. Llegará, llegará … ¿O no? Yo estoy en que sí y por eso, me detengo un poco más cuando paso a su altura. Llegará.

 

Es tanta la preocupación que me embarga, que imagino al gordo llamando a la señora con una voz sigilosa al oído, mientras que ella entreabre los ojos y  pareciendo que nada ve y nada oye, pero él comprueba que ya ha recibido el mensaje desde el primer susurro porque se lo está pensando. Al cabo de muchos segundos se levanta, se estira sin prisas y, al fin, se le acerca ondulante con pasos en puntos de silencio y le solicita con unos ojos despalancados y fijos, inconmovibles, un beso de amor. Así es, un beso puede desencadenar una guerra, provocar un delito, hundir una vida o abrir para siempre el paisaje de la esperanza. Pero yo quiero que ella sufra un castigo y él reciba un premio por la misma acción desarrollada en conjunto y armonía, y no se me antoja una injusticia descomunal. Que sí, que las consecuencias del ósculo bucal pueden ser muy diferentes para el besado y la besada, pues si él reconoce que su beso ha sido sincero se agrieta no sólo el espíritu de ella, sino la descarga ruidosa de las mañanas que purifican el aire de mi barrio.

Estas tonterías sublimes significan siempre algo: la necesidad de volver a ser algo insospechado. Y es que, los demás no ven nada, no sospechan el polvo aglomerado de los mismos ladrillos de los que todos estamos hechos, son las mismas piedras de un origen ancestral. Qué emocionante estupidez nos invade a los humanos a esas horas frías de un invierno frío. Pero, ¿existen acciones o reacciones humanas que duren en el tiempo? ¿Tienen nombre esos fragmentos casi infinitesimales de la vida cotidiana? ¿Hay algún instrumento para medirlos? No lo sé, ni me interesa por el momento; mañana ya veremos. He de esperar al mañana, si es que el tiempo cronometrado me lo permite.


JOSÉ ANTONIO

ÁLVAREZ CALVO

Granada (España)

soyyoengranada@hotmail.com

Traductor internacional

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Es la trayectoria profesional que ha adornado toda mi vida en este mundo.
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Las historias que se cuentan son muy variopintas y han pasado a mis días de jubilación, como testimonios hermosos del presente que estoy viviendo.