Mis sesenta y siete cumpleaños

A pesar de que ya me pinten canas, siempre es interesante retroceder a la juventud y situarse en el lugar donde esta etapa atravesó rauda tu existencia.

Hace 50 años, yo no era exactamente pequeño, pero sí un adolescente de 17 años que no podía imaginar que esos dos dígitos iban a ser tan importantes en mi vida. Un número que significa estamos aquí, en esta vida. No debes saber nada más. Solo que aquí hay libros y libertad. Han pasado 50 años y algunos ya no están y todos estamos ya maduros, por llamarlo de alguna manera. Nos hemos hecho mayores y un poco más sabios: Elevamos sueños, charlamos, escuchamos, reímos y, a veces, lloramos. Mientras tomamos una copa y hablamos de cosas banales, a veces con voz enigmática contamos  a nuestros amigos las historias del pasado. Nos sentimos muy unidos hablando de los misterios del amor, de la muerte, de la vida, del deseo, y, junto a todos ellos, modestamente, yo me atrevo a añadir vivencias de mi presente.

 

Siempre que podemos, lo celebramos en un verano teñido de azul, como entonces. Porque a mí, el invierno me encasquilla, y con mi edad tardía, yo sigo yendo abrigado, por la calle, y algunos amigos me dicen: "¿Aún vas así?" Es verdad que me siento un poco ridículo. Pero los viejos hemos aprendido a desconfiar del clima. Yo no quiero improvisar según el aspecto del día, y empezar a sacarme o ponerme capas por intuición. Y arrepentirme al cabo de una hora. Miro a los jóvenes que quieren anticipar el verano y me digo: no hace falta, ya corre bastante, el tiempo.

 

Todo se debe a ese viento del norte, frío y transparente que suele ser tan habitual por estas tierras granadinas, y a un sol casi de sangre que no espera a la mitad de la mañana para salir del agua escarchada; puede apenas asomarse y saltar sin vacilar para enfrentarse al frío con la osadía de un niño. Ocurre como lo cuento y doy fe del fenómeno porque estaba presente y hasta me pareció oportuno que saliese el sol en el instante mismo en que amanecía y no que se quedase, como suele ocurrir en esta tierra, agazapado y escondido tras la Sierra, esperando para iluminar la Alhambra, que lleve la mañana ya un largo trecho recorrido.

 

Pero volviendo a lo que me ocupa, o sea, a los 50 años después  de cumplir 17 en aquella mañana helada de un 15 de febrero, pues me he quedado absorto mirando mis manos. La mano derecha sobre el ratón del ordenador, quieta, sin ningún mensaje del cerebro, sin ideas. Sólo esperando una luz que iluminara la incertidumbre que inunda este cuerpo marchito y he pensado que en las manos están las cicatrices de la memoria. El estigma de la perfección rota por las artrosis, la luz blanca de esas personas que mueven las manos al hablar como si estuvieran pintado el cielo al que están a punto de partir. Manos que sonríen al moverse. Manos cerradas al hablar que nos dicen cuan tacaño es su dueño. Porque el que no da no se da. El que no abre las manos al desconocido no se las abre al universo divino.

Otros acontecimientos

Deseo fotografiar momentos poéticos con imágenes que plasmen mi alegría, los paisajes ocultos o la atmósfera que envuelve mi entorno. El objetivo: emitir un mensaje de vida.

Serán un buen número de imágenes y una decena de poemas que componen mi última obra sobre una comarca que hay que ver con ojos distintos.

Durante décadas he cultivado una imagen de hombre discreto, casi circunspecto, pero en los últimos tiempos muestro sin tapujos mi lado más divertido en los sitios adecuados.


Que justamente en esta etapa de mi vida aparezca de nuevo la alegría ha sido una cosa muy agradable, pues me permito hablar de muchas cosas con absoluta independencia y libertad. 

La gente sabe que de salud estoy bien y los años no me han afectado. A veces las cosas se encadenan, como si alguien despertara la atención sobre una persona y otro se suma a ella. 


El profesor que hace su trabajo no es noticia, el investigador está ahí, hace sus trabajos, saca sus estudios pero no llama la atención como puede llamarla un gran artista.

Siempre he pensado que hay que adaptarse, todos podemos envejecer físicamente, pero interiormente tenemos que permanecer jóvenes. 

Nunca he pensado que soy el viejo frente a los jóvenes, sino una persona que tiene que revitalizarse, que tiene que tener muy en cuenta lo que tiene enfrente, que tiene que renovarse y estar muy pendiente de lo que son las nuevas inquietudes. 

Yo eso siempre lo he tenido muy claro, vivo decentemente pensando en los que me rodean porque puedes decir cosas con profundidad de manera sencilla. 

El amante de la NATURALEZA no tiene que ser alguien aislado que solo se entiende a si mismo y a los cuatro que tiene alrededor. Es verdad que hay personas y sus circunstancias y no le podemos exigir a un profesor de biología algo sobre arquitectura romana. 


JOSÉ ANTONIO

ÁLVAREZ CALVO

Granada (España)

soyyoengranada@hotmail.com

Traductor internacional

MI CURRICULUM
Es la trayectoria profesional que ha adornado toda mi vida en este mundo.
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Referencia bibliográfica en la Enciclopedia de Andalucía
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Mi segunda web personal.

Las historias que se cuentan son muy variopintas y han pasado a mis días de jubilación, como testimonios hermosos del presente que estoy viviendo.