Dejé la cámara en el trípode y me apoyé en el delicado árbol, para tapar la luz de un supuesto ser mágico, que daba de frente. De ahí ese halo luminoso espiritual que perfila la silueta del río Alagón que ilumina sus incesantes aguas y que nunca se va del todo de este lugar.
En agosto, Plasencia luce todo el esplendor del verano. Sus jardines, sus fuentes, sus calles y su majestuoso parque “La Isla” muestran un colorido especial.
Las fiestas de pueblo son en España una institución más, con sus ritos y sus costumbres de siglos. Tímidos o etílicos bailes al compás de la orquesta, amores que acaban en silencio, como la música, en noches largas y calurosas que pareciese que ocurren siempre en otro lugar. Cada verano, volver al pueblo es también hacerlo a la ilusión adolescente de la fiesta.